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XIV Domingo

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14º DOMINGO Ordinario -C-

6 de Julio de 2025

(Consulte el Archivo para ver reflexiones pasadas y futuras.)

 

 


Isaías 66: 10-14; Salmo 66; Gálatas 6: 14-18; Lucas 10: 1-12, 17-20


 

 

 

XIV

 

Domingo

 

 

 

(C)

 

 


 

1. -- Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

 

 

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1.
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Lo que parece claro en las lecturas hoy es el mensaje de esperanza.  El profeta Isaías nos da una visión del futuro en Jerusalén.  La cuidad había sido destruido y sus habitantes exilados.  Ahora la gente está en marcha, hacia la cuidad sagrada.  La visión es una de seguridad, de alegría, de prosperidad, de abundancia y de promesa.  El profeta pinta un retrato maternal.  La madre alimenta, caricia y consuela a sus hijos.  Así será cuando los hijos de Israel regresan a Jerusalén.  Conocerán alegría y se sentirán bendecidos después de haber sufrido.  Hay esperanza que la vida no seguirá la senda que ya conocen.  El Señor poderoso cumplirá su voluntad.    

 

También en el Evangelio, vemos a Jesús mandando a los setenta y dos discípulos para compartir la Buena Nueva.  Su misión es sencilla- anunciar la esperanza.  Jesús dice, “Curen a los enfermos que haya y díganles: “Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios”.  Jesús les manda a los pobres, a los afligidos, a los rechazados, a los pequeños de la tierra.  El mensaje es claro.  Ustedes son los bienamados de Dios.  Hay que tener esperanza.  La opinión del mundo no cuenta más.  Dios ha declarado su valor.  Hay que vivir con esperanza porque las promesas del Reino son para ustedes.

 

¿Quienes eran los setenta y dos?  En realidad no sabemos.  Es solamente San Lucas que nos cuenta de ellos.  Pero es evidente que no tenían la misma experiencia que los apóstoles.  No tenían la ventaja de haber sido compañeros constantes de Jesús.  Eran simplemente gente que habían escuchado la Buena Nueva y que se habían convertidos en seguidores con un corazón lleno de amor y compromiso.  Y ahora Jesús les manda a enfrentar la pobreza, la injusticia, la envidia, la avaricia y el egoísmo de su cultura.  Su mensaje es sencillo.  El Señor ha hecho milagros en el pasado.  Este mismo Señor sigue fiel y puede cumplir lo mismo en el corazón de la gente.

 

Creo que la Iglesia nos presenta estas lecturas hoy como una invitación de incorporarnos como uno de los setenta y dos discípulos que Jesús manda a sembrar semillas de esperanza.  ¿Y qué es la esperanza?  No es la seguridad de que todo estará bien y que Dios hará milagros para mejorar nuestra vida.  Es más bien la seguridad de que Dios nos ama, nos acompaña y nos invita a la plena libertad de los hijos de Dios.  La esperanza consiste en la convicción de que nuestra vida tiene sentido, que estamos participantes con Dios en la gran obra de la creación.

 

Y como los discípulos, estamos nosotros mandados para echar espíritus malos.  Podemos echar el espíritu de egoísmo con nuestra generosidad.  Podemos combatir el espíritu de solidad con nuestra compasión.  Podemos echar el espíritu de injusticia con nuestros esfuerzos a favor de los oprimidos.  Podemos echar el espíritu de avaricia con nuestro compartir.  Podemos echar el espíritu de odio con nuestro ejemplo de amor.

 

Es seguro que nuestra cultura necesita esperanza.  Hay tanta gente que sufre cada día de espíritus malos.  Creo que Jesús nos manda con su poder para anunciar el Reino; el Reino de amor, de compasión, de justicia, de compartir, de misericordia, de generosidad, y de solidaridad.  El mundo espera.  Falta solamente nuestro compromiso.

 

Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

 

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2.

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PRIMERAS IMPRESIONES

14º DOMINGO -C-

6 de julio de 2025

Isaías 66: 10-14; Salmo 66; Gálatas 6: 14-18; Lucas 10: 1-12, 17-20

Por: Jude Siciliano , OP

 

Queridos predicadores:

 

Con todo el dolor y el estrés del mundo, es difícil unirse al profeta Isaías en su júbilo: "Alégrense con Jerusalén... Regocíjense, regocíjense con ella".

 

Las noticias de hoy informan del bombardeo de dos hospitales en Gaza e Irán. La gente hambrienta de Gaza se amotina mientras los suministros de alimentos disminuyen bajo el bloqueo. Es difícil ver imágenes de niños hambrientos, con los brazos extendidos y cuencos vacíos, esperando algo, lo que sea, de la ayuda limitada que llega poco a poco.

 

Sin embargo, Isaías, escribiendo seis siglos antes de Cristo, describe una Jerusalén llena de paz, alegría, seguridad y abundancia. Esa no era la realidad de sus oyentes. Eran un pueblo maltratado, recién regresado del exilio en Babilonia. El profeta no ignoraba sus dificultades. Intentaba avivar su esperanza e inspirarlos a reconstruir sus vidas, su comunidad y su fe.

 

Habría costado mucho levantar el ánimo de un pueblo abatido que regresaba del exilio. Isaías busca ayudarlos imaginando un futuro glorioso. Habla del amor de Dios como el amor de un padre por su hijo: «Como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo. En Jerusalén encontraréis consuelo». Jerusalén, una vez arruinada, será perdonada y restaurada: una señal profética del poder y la compasión de Dios.

 

Israel había pecado y fue llevado cautivo. Ahora, Isaías proclama el perdón y el amor eterno de Dios. Ese mismo amor es el que Jesús, en el Evangelio de hoy, envía a sus discípulos a proclamar al mundo: el amor de Dios por todas las personas. Deben ser embajadores de la paz de Dios. Al comprender los numerosos conflictos del mundo actual, oramos para que Dios suscite mensajeros de paz, empezando por nosotros.

Jesús les encomienda a sus discípulos una tarea profética como la de Isaías. Y así como fue difícil para el profeta, también lo será para ellos. «Los envío como corderos en medio de lobos», advierte. Su éxito no dependerá de su propia inteligencia ni de sus propios recursos. Jesús les instruye: «No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias». En griego, añade: «No saluden a nadie por el camino».

 

Esto podría sonar duro, incluso grosero. Pero en esa cultura, los saludos podían requerir mucho tiempo e implicar rituales formales. Jesús les dice que no se demoren. Su tarea es urgente: proclamar la inmediatez del reino de Dios, anunciar que la presencia perdonadora y sanadora de Dios ya está entre el pueblo.

 

Los discípulos deben ser signos de esta presencia. Dondequiera que vayan, llevan paz: «En cualquier casa que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”». Su presencia, palabras y acciones deben encarnar la reconciliación que Dios ofrece a través de Jesús.

 

Y, sin embargo, ninguna de estas misiones puede lograrse solo con el esfuerzo humano. ¿Cuántos de nosotros hemos sido llamados a ser pacificadores, quizás en nuestras propias familias, entre amigos distanciados o en comunidades divididas? Esa labor no comienza con discursos preparados ni con argumentos cuidadosamente elaborados, sino con la oración.

 

Lucas enfatiza que la oración es esencial para los seguidores de Jesús. Jesús mismo oró constantemente: en su bautismo (3:21), antes de elegir a los Doce (6:12), antes de la confesión de Pedro (9:18), y en muchas otras ocasiones. Les dijo a sus discípulos: «Velad en todo momento, orando para que tengáis la fuerza para escapar de todas las cosas» (21:36). La oración fue su fuente de discernimiento, fortaleza y comunión con Dios. Debe ser la nuestra también.

 

El pasaje de hoy muestra el efecto de la oración. Cuando los discípulos regresan, su alegría es desbordante. En el nombre de Jesús, siguiendo sus instrucciones, tuvieron éxito. Pero Jesús les advierte que no se dejen deslumbrar por resultados sensacionales. Su verdadera alegría no proviene de lo que logran, sino de quiénes son: «No se alegren de que los espíritus se les sometan, sino de que sus nombres estén escritos en el cielo».

 

Acabamos de celebrar nuestra libertad el 4 de julio . Queremos que nuestra nación sea como la ciudad en la colina que describe Isaías, donde los perdidos y necesitados encontrarán descanso. ¡Parece un sueño parcialmente cumplido, con demasiadas excepciones! A Dios no solo le preocupa cumplir ese sueño en la otra vida. Más bien, los profetas y Jesús quieren que este tiempo, lugar y nación reflejen el reino de Dios. El gobierno de Dios se manifiesta siempre que: nos respetamos unos a otros y procuramos vivir en relaciones amorosas; trabajamos por la justicia; reflejamos con palabras y hechos la imagen de nuestro Dios amoroso. Es una tarea difícil, especialmente considerando nuestra beligerante situación nacional. Pero un pequeño punto de partida sería que nuestras primeras palabras fueran: "Paz a esta casa". Podríamos decirlo con esas palabras o, para ser más prácticos y realistas, podríamos decirlo con otras palabras: no devolvamos la violencia con violencia; hagamos todo lo posible por disipar la ira y el odio; tratemos a todas las personas por igual; respetemos los derechos tanto de los establecidos como de los recién llegados. trabajando para hacer que los barrios y las comunidades sean menos violentos; protegiendo a los abusados y ridiculizados.

 

Hay infinitas maneras de decir "Paz a esta casa". Hoy seguimos la guía de Jesús y, primero, oramos para que el Espíritu nos acompañe a los lugares donde se nos envía a anunciar el reino de Dios. Le pedimos al Espíritu que nos ayude a anunciar y ser "Paz".

 

En resumen: Nuestra mayor alegría es que Dios nos ha aceptado; pertenecemos a Cristo. La oración es nuestra fuente de fortaleza, humildad y guía. Es el alma del discipulado.

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:

https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/070625.cfm

 


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