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Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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IV DOMINGO DE ADVIENTO
(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)
No hay mucho nuevo en el evangelio de hoy. Hemos reflexionado en la historia como el segundo misterio gozoso del rosario. Sin embargo, una segunda mirada revelará que en este evangelio por la primera vez una persona humana reconoce a Jesús como Dios. No importa que todavía no ha nacido. Tampoco importa que Isabel no usa la palabra "Dios". Por llamar la criatura en el vientre de María “mi Señor”, Isabel lo identifica como Dios altísimo.
Los judíos tenían tan gran reverencia por el nombre que Dios dio a Moisés en el arbusto ardiente que no querían decirlo. En lugar de llamar a Dios por el famoso tetragrama, se le refiere como “Adonai” en la Biblia. “Adonai” quiere decir "Mis Señores". Se usa la forma plural por la misma razón que la gente trataba a un rey con “vosotros”. Realmente el término "señor" es ambiguo. Se puede usarlo también para cualquier un hombre respetado. Pero tanto aquí como en otros pasajes evangélicos, no cabe duda de que remite a Dios.
Ahora, próximo a Navidad, vale revisar otros términos para Jesús en los evangelios. Solo su nombre “Jesús” tiene mucho significado. Aunque no era nombre insólito en tiempos bíblicos, indica bien la misión de Jesús como Hijo de Dios. Jesús significa “Dios salva”. Como Dios salvó al pueblo hebreo de la esclavitud egipciana, Jesús ha venido para salvar al mundo de sus pecados.
"Cristo" también tiene significado relacionado con la misión de Jesús. Proviene de la palabra griega que traduce la palabra hebrea "Mesías". Significa “el ungido". En el Antiguo Testamento ungieron a los reyes, los sacerdotes, y, especialmente, los profetas. Por ser ungido para todos estos papeles, Jesús tiene la misión no menos que reconciliar al mundo con Dios.
No hay nada extraordinario de ser llamado “Hijo de Dios” en el Antiguo Testamento. Se usa esta expresión para los ángeles, el pueblo elegido, a los hijos del pueblo Israel y a sus reyes. Pero este sentido ambiguo no es lo que quiere entiende Pedro cuando reconoce a Jesús como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Más bien, Pedro está designando a Jesús como el Hijo único de Dios que ha llegado al mundo para liberarlo de la opresión. Jesús se identifica a sí mismo así cuando dice a Nicodemo: “’Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito…’”
Hay otros nombres para Jesús que revela en parte quien es. Mateo cita al profeta Isaías cuando dice que le pondrán a Jesús el nombre “Emmanuel” que significa “’Dios con nosotros’”. En los evangelios Jesús regularmente se refiere a sí mismo como “Hijo del Hombre”. Se arraiga este término en el escenario apocalíptico del profeta Daniel donde Dios le da el poder sobre todas las naciones al "Hijo del Hombre". Jesús dirá que manifiesta el poder recibido de su Padre en servicio, inclusivamente su muerte, por la gente. Finalmente, se llama Jesús en varios lugares "el Verbo" o "la Palabra” de Dios. Como palabras dan expresión a la profundidad de la persona, Jesús revela el amor y la voluntad de su Padre al mundo.
Pudiéramos agregar otro título para Jesús, bien apto para este tiempo navideño. Es el don o regalo de Dios más beneficioso que el sol. Alumbra nuestra vía para que viajemos entre las rocas y arrecifes de la vida. Provee el calor de amor para que merezcamos la vida eterna. Aceptémonos y aprovechémonos de este regalo.
Carmen Mele
, OP <cmeleop@yahoo.com>
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
3º DOMINGO DE ADVIENTO
15 de Diciembre de 2024
Sofonías 3:14-18;
Salmo 12;
Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
Juan el Bautista debe haber sido un predicador
increíble. Su mensaje atrae a grandes multitudes de personas, tantas que dejan
atrás sus rutinas diarias y salen al desierto para escucharlo. No hay un púlpito
elegante, ni una gran arena, ni un foco. Solo un hombre inflamado con el
Espíritu de Dios, hablando en nombre de Dios, y sus oyentes se contagian de la
llama, conmovidos por su celo. “Todo el pueblo estaba expectante...”
Preguntan: “Maestro, ¿qué haremos?” ¿No es esta a menudo nuestra pregunta
también? No preguntan: “¿Qué debemos sentir o pensar?” No hay ningún dogma, solo
una pregunta simple y urgente: “¿Qué debemos hacer?” Esta podría ser la pregunta
que llevemos con nosotros a la Misa de hoy. Parece que la gente está dispuesta a
hacer cualquier cosa para contagiar la llama que arde en el corazón de Juan,
para compartir su confianza en que Dios está a punto de actuar en su nombre.
La respuesta de Juan es sorprendente: no pide a la gente que abandone sus
hogares o sus familias y su trabajo. No les exige ninguna tarea hercúlea, sino
que simplemente los llama a vivir su vida diaria con integridad y preocupación
por los demás. Si vamos a dar la bienvenida al Niño Jesús en Navidad, también
nosotros debemos enfrentarnos a lo que obstaculiza nuestra apertura a Él y lo
que empaña nuestra bienvenida. Podríamos hacer la misma pregunta que las
multitudes le hicieron a Juan: "¿Qué debemos hacer?". La cuestión no es qué
pensar o sentir, sino qué hacer. La inminente venida del Mesías exige acción,
ahora, no más tarde.
A los que tienen abundancia, Juan dice: "El que tenga dos mantos, que los
reparta con el que no tiene". A los recaudadores de impuestos, que a menudo eran
corruptos y estaban en connivencia con los opresores, les ordena: "No exijáis
más de lo prescrito". A los soldados, que tenían poder sobre el pueblo, les
advierte: "No practiquen la extorsión, no acusen falsamente a nadie y
conténtense con su salario".
Juan dirige nuestra atención a los aspectos ordinarios de nuestra vida y nos
pide que los vivamos bien. La santidad se encuentra en lo cotidiano:
Padres, honren a sus hijos.
Hijos, respeten a sus padres.
Hermanos, dejen de lado la rivalidad.
Maestros, valoren a sus estudiantes.
Enfermeras y médicos, sean compasivos y atentos con sus pacientes.
Legisladores, escuchen las necesidades de sus electores.
Los empleadores pagan salarios justos y no discriminan.
(Siéntete libre de agregar a esta lista tus propias experiencias de vida).
Son compromisos de toda la vida y exigencias de la vida diaria. Juan propone una
moralidad cotidiana, al alcance de todos, sin importar el rol o la ocupación. A
menudo es más difícil ser fiel en los aspectos mundanos de la vida que realizar
un solo acto heroico.
Cuando esperamos a un invitado, preparamos la casa, limpiando, ordenando.
Preparamos el espacio, pero no podemos hacer que venga el invitado. Llegan
cuando llegan, y nuestra preparación solo nos prepara para recibirlos. De manera
similar, los preparativos diarios que Juan pide en nuestras vidas aumentan
nuestra anticipación por la venida de Cristo. Nos mantienen alerta. Expresan
nuestra esperanza de que, ahora mismo, Jesús entrará en nuestras vidas, renovará
lo cansado y rutinario y lo transformará.
El Adviento es nuestro tiempo para prepararnos, no para el bebé en la cuna, sino
para el Cristo adulto que vendrá nuevamente. Jesús nos invita a entrar en un
nuevo tipo de comunidad, una nueva forma de vivir en el mundo. Él nos enseñará y
nos capacitará para vivir como ciudadanos del Reino de Dios.
Este Reino comienza ahora, aquí, y tiene signos visibles de Su presencia.
Sabemos que Él está cerca porque en esta comunidad, cada persona es valorada. No
hay forasteros, nadie empujado al final de la fila debido a su género,
nacionalidad, raza u orientación sexual. El Reino de Dios ve y atiende las
necesidades de los vulnerables, dando la bienvenida a todos como hermosas
creaciones de Dios.
El Cristo adulto ha venido, y continúa entrando en nuestras vidas cada día,
invitándonos a renovar nuestro compromiso con Su comunidad, Su forma de vida, Su
visión. Es heroico permanecer fieles a la rutina diaria de la vida como miembros
de Su Reino, viviendo como Él enseñó. Nuestra presencia aquí hoy en el culto
muestra que queremos ser ciudadanos leales en el reino de Dios. Este Adviento,
pedimos la gracia de hacer precisamente eso. Escuchamos lo que Juan el Bautista
nos anuncia: Cuando Cristo entra de nuevo en nuestras vidas, viene con un fuego
purificador y un Espíritu vivificante. Nuestra oración de Adviento es: "Ven,
Espíritu de Jesús".
Me encontré con esta cita: "Algunas personas entran en nuestras vidas y
rápidamente se van. Algunos se quedan por un tiempo y dejan huellas en nuestros
corazones, y nunca volvemos a ser los mismos”. Juan el Bautista y Jesús eran
así. En Adviento, hacemos una pausa y escuchamos con el corazón. Oramos: “Que
las huellas que dejan en nosotros se renueven”.
Haga clic aquí para obtener el enlace a las
lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/121524.cfm