1. -- P. Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>

2. -- P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>

 

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XXXII Domingo Ordinario

1 Rey 17:10-16 | Heb 9:24-28 | Mc 12:38-44

– 11/10/24

 

¿Es acaso un pecado imperdonable el ser un escriba? ¿Acaso no nos dice Jesucristo hoy claramente, ¡Cuidado con los escribas! … Éstos recibirán un castigo muy riguroso? Ya Jesús ha tenido muchos encuentros con todos ellos. En el segundo capítulo del mismo Evangelio, Jesús sana a un paralítico que bajaron en camilla—no solo de su enfermedad, sino también de su pecado. Como resultado, los escribas piensan en su interior, ¿Cómo puede decir eso? Realmente se burla de Dios. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Ellos tenían las reglas correctas porque solamente Dios perdona los pecados—pero no se daban cuenta que Dios Encarnado estaba frente a ellos.

El ser un escriba, un letrado, un maestro de la Ley, no es un pecado. Eso no los lleva a la condenación eterna. Es más, el domingo pasado Jesús le dijo a uno de ellos que entendió con fe que Dios es uno y que el primer mandamiento es el amor de Dios y del prójimo, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Entonces, ¿cuál es la diferencia? Es la actitud que tomamos ante el prójimo.

Jesucristo nos dice, ¡Cuidado con los escribas! —No porque ser escriba es caso perdido y ya son condenados al infierno—sino porque les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y … banquetes. A ellos les gustaba hacerse destacar, y eso los lleva a la perdición. Esto es para recordarnos que no hay casos imposibles, no hay motivo para perder la esperanza si permanecemos en Cristo.

Pero, de la misma manera como podemos permanecer en nuestra avaricia por el poder, o por buscar todos los honores, y por ser complacidos, así también tenemos la libertad en Cristo de ser generosos. El Hijo de Dios se despojó de su condición de gloria para entrar en nuestro mundo, para tomar nuestra carne, y se anonadó a sí mismo incluso hasta una muerte, y una muerte en la cruz, para así ser generoso con nosotros. Nos ha dado la vida eterna, nos ha prometido la bienaventuranza que no termina, y nos dará nuestro cuerpo glorificado. Esa es la generosidad de Dios, a Quien debemos imitar.

Esto no es algo imposible. Una multitud de santos ya nos han demostrado que es posible ser santo en esta vida, ser generosos con lo poco que tenemos. Las sagradas Escrituras hoy nos presentan dos ejemplos de estos santos: ambas mujeres, ambas viudas, y ambas con la confianza total en Dios.

En el primer libro de los Reyes, Dios envió al profeta Elías en su misión. Cuando se encontró con esta viuda, se encontró con un caso que lo juzgaban imposible. Ella le dice, Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos. Esta iba a ser su última cena. Elías, como profeta, también pone su confianza en Dios y le profecía: No temas. Anda y prepáralo como has dicho; pero primero haz un panecillo para mí y tráemelo. Después lo harás para ti y para tu hijo, porque así dice el Señor de Israel: “La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará.”

Ella pone su confianza en el profeta del Señor, y Dios mismo la recompensó porque, incluso en su pobreza, ella fue generosa. Creo que ella nos enseña que, para poder ser generosos, es necesario hacernos pobres. Despojarnos de los apegos a las cosas materiales y pasajeras. Cristo primero se despojó de su gloria para así entrar en nuestra vida y ser generoso. La viuda primero se negó a sí misma y a su hijo para poder ser generosa con el profeta Elías. La viuda del Evangelio dio más que todos los millonarios porque ella poco tenía. Ser pobre no es un impedimento para ser generosos, es un requisito.

Y ya somos pobres de algunas maneras. Tal vez entre nosotros haya quienes tengan muchos bienes – ¡denle gracias a Dios por eso! – pero incluso teniendo riquezas materiales, es posible tener pobreza espiritual y pobreza emocional. ¿De qué me sirve poder proveerle a mis hijos todo lo que necesitan y muchas cosas de lo que quieren, si no puedo prestarles mi atención ininterrumpida?

Los medios de comunicación nos han dado herramientas para enviar mensajes a gran distancia de manera instantánea. ¡Es una maravilla! Pero esas mismas herramientas nos están distrayendo de prestar la atención debida a las personas con las que vivo. ¿Puedo prestarles toda mi atención, apagando todas las pantallas y solamente escucharlos? ¿O solo les doy lo que me sobra de mi tiempo y mi atención? Si es así, soy como los ricos que dan en abundancia en las alcancías del templo: proveo para mi familia todos los celulares inteligentes más novedosos, videojuegos, televisiones, cervezas, vehículos, conciertos, fiestas, etc. Todo esto pueden ser actos de amor por mi familia, pero estos pierden su valor si no me despego de estos bienes para ser generoso con mi vida para aquellos que Dios ha puesto en mi hogar.

Cuando pueda hacer todo a un lado y compartir de mi tiempo preciado con los que Dios ha puesto en mi vida, es ahí que soy como la viuda pobre que echa dos moneditas de muy poco valor porque eso lo ve Dios; ella ha echado en la alcancía más que todos… [porque] en su pobreza ha echado todo lo que tenía para vivir.

Esa es la pobreza que debemos anhelar, una pobreza que nos ayuden a despojarnos de nosotros mismos y ser generosos. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dios los bendiga,

P. Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>

 

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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
DOMINGO 32
(B)

10 de Noviembre de 2024

1 Reyes: 17:10-16; Salmo 146;
Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44

por Jude Siciliano, OP

Queridos predicadores:

Había una sequía en Israel (tal vez similar a la sequía actual en África). Todas las personas sufrieron sus consecuencias, no sólo los judíos, sino también sus vecinos paganos. Dios envió a Elías a la viuda de Sarepta, una gentil. Ese es un tema constante en las Escrituras hebreas: la preocupación de Dios por los que no tienen poder. La viuda y su hijo serían los más vulnerables; no tiene un esposo que la ayude y la proteja a ella y a su hijo. Dios hace lo que siempre hace: ve a los más necesitados y responde.

Al principio, Elías no le causa una buena primera impresión a la viuda necesitada. Ella estaba juntando leña para hacer un fuego para cocinar su última comida para ella y su hijo. Elías no la ayudó de inmediato. De hecho, añadió más carga a la que ya soportaba al pedirle agua, en un tiempo de sequía, y pan de sus escasos suministros. Parece exigente, pero Elías la está invitando a la fe: si ella le prepara el pan que él pide, Dios milagrosamente proveerá para ella y su hijo durante la hambruna. La viuda no tiene mucho, pero si renuncia a lo poco que tiene, Dios proveerá para ella. No tiene pruebas visibles de que esto sea así, pero confía en la seguridad que le dio Elías de que Dios la cuidaría.

Puede que no tengamos mucho que ofrecer al servicio de Dios, pero ¿estamos dispuestos a dar lo poco que tenemos para experimentar la obra de Dios con nosotros, a través de nuestros recursos, por pocos que sean? ¿Podemos pensar en alguna ocasión en la que hayamos hecho lo mismo que la viuda, es decir, no de lo que nos sobraba, sino de lo que era esencial para nosotros? Al hacerlo, tal vez incluso hayamos ignorado nuestras propias necesidades.

¿Dimos generosamente, no sólo de nuestro dinero, sino de nuestros dones de tiempo y talento, porque vimos una necesidad mayor, por ejemplo, en nuestro matrimonio, una amistad, nuestra comunidad local, nuestra familia de la iglesia? Es difícil dar con la clase de generosidad que vemos en la viuda en el Templo, de quien Jesús dice que dio “… todo lo que tenía, todo su sustento”. Es muy difícil dar con la generosidad que mostró la viuda. Su generosidad es sorprendente. Yo tiendo a querer guardar algo, “por si acaso”. Por otro lado, la viuda dio lo último que tenían.

En la escena del evangelio, Jesús está viendo a la gente ir y venir. Está en el patio de las mujeres, donde había 13 recipientes con forma de trompeta en los que la gente dejaba sus ofrendas. Imagine el sonido que hacían las dos pequeñas monedas de la viuda. Mientras que el sonido metálico del dinero del rico sin duda habría llamado la atención. La diferencia de sonido habría sido un indicador de que la ofrenda de la viuda era insignificante. ¿No cree que se sentía cohibida y humillada ante los demás?

Jesús ha estado en controversias con la élite religiosa, que tenía poder entre el pueblo. Los reprende por construir su poder y riqueza, incluso el Templo mismo, a espaldas de los pobres. “Devoran las casas de las viudas…”. La ofrenda de la viuda se destinará al mantenimiento del Templo. Irónicamente, en la época del evangelio de Marcos, el templo había sido, o estaba a punto de ser, destruido.

Jesús tomó a sus discípulos aparte y criticó la procedencia de las ofrendas. Los ricos contribuyeron de lo que les sobraba, mientras que la viuda dio de todo lo que tenía, “…todo lo que tenía para vivir”. La donación de la mujer fue heroica. También reflejó el don heroico de Cristo de sí mismo por nuestros pecados. Ella no estaba buscando una recompensa. Simplemente puso todo lo que tenía en las manos de Dios. Está claro por las palabras de Jesús que Dios se dio cuenta. Pronto Jesús también hará su ofrenda total a Dios, y Dios se dará cuenta. Jesús es como la viuda del evangelio, dando todo en fe a Dios.

Jesús elogió a la viuda que, en su comunidad, habría sido insignificante. Pero su pequeño regalo es reconocido por Jesús y, en efecto, es bendecido. Estamos a punto de llevar nuestros propios dones al altar: el pan, el vino y los frutos de la colecta de la comunidad. Son regalos en sí mismos, pero también representan el don de nosotros mismos. Junto con el pan y el vino, nos colocamos en el altar y oramos para que el Espíritu, que los transforma en el cuerpo y la sangre de Cristo, también reciba y transforme nuestras vidas en la presencia de Cristo en el mundo. Como Cristo, por medio del Espíritu, nos entregamos generosamente al servicio de los demás en nombre de Cristo.

Los fariseos buscaban la estima de los demás vistiendo en público las mismas prendas que usaban en las sinagogas. Querían que la gente los admirara como personas que oraban y esperaban ser tratados de manera especial. Esta muestra de piedad les haría ganar los primeros asientos en las sinagogas. También atraería la atención en los banquetes y donde recibirían los asientos de honor. Puede que fueran vanidosos, pero ¿eso no era inmoral a los ojos de Jesús? No, lo que Jesús condena es que estafaran a las viudas (los estafadores de hoy lo hacen a través de llamadas telefónicas e Internet). Para empeorar las cosas, se apoderaban de las propiedades de las viudas en nombre de la religión.

Comenzamos noviembre con la celebración de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Nos recuerdan que, en alguna fecha, cercana o lejana en el futuro, se nos pedirá que no retengamos nada, sino que en el momento de nuestra muerte demos todo lo que tenemos al Señor. Son fiestas alegres y solemnes que nos recuerdan que debemos celebrar la bondad de nuestra vida y ofrecerla a Dios, que nos la dio. A la luz de estas fiestas, hacemos todo lo posible por no escatimar nada en nuestro servicio a Dios. Para poder hacer un don total de nosotros mismos a Dios al final de nuestra vida, practicamos ahora el crecimiento en la generosidad en la forma en que amamos a Dios y servimos a los demás.

Entonces, ¿qué nos detiene y qué debemos dejar ir? Estamos agradecidos por la Palabra de Dios y la Eucaristía que estamos celebrando, porque pueden hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos: transformarnos en recipientes de donación, rebosantes de la gracia y el amor de Dios por todas las personas.

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.

https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/111024.cfm

 P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>