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Contenido: Homilías Dominicales

VI DOMINGO DE PASCUA (B)

 

– 5/5/2024

HECHOS 10: 25-26, 34-35, 44-48; Salmo 98;
1 JUAN 4: 7-10; JUAN 15: 9-17

 

 

 

VI

de
Pascua

 

 


 

1. -- Sr. Kathleen MaireOSF <KathleenEMaire@gmail.com>

2. -- Fr. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>

 

 

 

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1.
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VI Domingo de Pascua (B)

Hechos 10: 25-26, 34-35, 44-48

1 Juan 4: 7-10

Juan 15: 9-17

 

Hoy escuchamos otra vez el mandamiento que Jesús dejó a sus discípulos: que se amen los unos a los otros como Él los había amado.  Es el punto clave de su enseñanza- un mensaje profundo que ya estamos acostumbrados a leer.  Por eso, no tiene el impacto que debe tener, porque está lleno de desafíos no solamente al nivel personal, sino al nivel de la comunidad y de la Iglesia.

 

Jesús empezó su relato hablando del amor que el Padre le tiene a Él.  Pero los primeros discípulos sabían que este amor del Padre no salvó a Jesús de su pasión y muerte.  Pudieron entender que el amor era más un compromiso que una protección del mal.  El amor íntimo que existía entre Jesús y su Padre le ha llevado a Jesús a entregar todo, hasta su vida para quedar fiel a su Padre.  Es un amor que es completamente libre de egoísmo.  Es un amor que le llevó a dar su vida para el bien de todos. 

 

Este amor es universal, libre de egoísmo, y compasivo.  Cuando Jesús dijo, “Yo no les llamo siervos…a ustedes los llamo amigos, porque les ha dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre”, el está diciendo que este amor no solamente destruye el abismo que existe entre esclavo y amo, pero que destruye el abismo que existe entre Dios y la persona humana.  El mandamiento es vivir esta clase de amor que se expresa en abrirse a recibir al extranjero, compartir con el necesitado en la mesa y soportar las cargas del otro.  

 

La primera lectura nos da una idea de tan difícil que es vivir así.  Inicialmente Pedro hesitaba aceptar a Cornelio, un romano, como seguidor de Jesús.  Cornelio era un capitán del ejército, uno de los que habían crucificado a Jesús.    Pedro tuvo dudas acerca de su deseo de seguirle a Cristo, recordando todo lo que había sufrido su amigo y maestro.  Pero al ver que El Espíritu Santo se ha derramado sobre los paganos, el cambió de opinión y le ofreció las aguas del Bautismo. 

 

Pedro tenía que aprender que el mensaje de Jesús extendía a gente con diferencias étnicas, religiosas y políticas.  El mandamiento de amor nos impulsa a abrir el corazón a tales personas hoy en día.  Tal vez estas personas no van a aceptar nuestra fe, pero debemos ofrecerles hospitalidad, apoyo, y ayuda cuando les encontramos.  No era fácil en el tiempo de los primeros discípulos, y no es fácil hoy.  Sin embargo, es el mensaje expresado en las lecturas sagradas de hoy.   

 

En estos domingos después de la Pascua, la Iglesia nos ofrece mensajes de unidad, de servicio y de amor.  La semana pasada hemos leído de la necesidad de producir frutos y hoy la necesidad de incluir en nuestro círculo de amigos a los que no nos parece, ni en idioma, en tradiciones, o en etnicidad.   Como Jesús es la encarnación del amor del Padre, así, tenemos que ser la encarnación del amor de Jesús.  En nuestra sociedad que está marcada por divisiones económicas, raciales y culturales, el mandamiento nos impulsa a vivir como modelos de amor que proclaman que la gracia de Dios es más grande que la presión de nuestra cultura.

 

Sr. Kathleen MaireOSF  <KathleenEMaire@gmail.com>

 

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2.
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"PRIMERAS IMPRESIONES"

VI DOMINGO DE PASCUA (D) 5 de mayo de 2024

HECHOS 10: 25-26, 34-35, 44-48;
Salmo 98; 1 JUAN 4: 7-10; JUAN 15: 9-17

Por Judas Siciliano, OP

 

Queridos predicadores:

 

La muerte y resurrección de Cristo tuvieron un efecto temprano y profundo en sus discípulos. Eso es evidente en nuestra lectura de los Hechos de los Apóstoles. La perenne división entre judíos y gentiles estuvo en el trasfondo del encuentro entre Pedro y Cornelio. Además de no ser judío, Cornelio era centurión y, como tal, fue una figura importante en la ocupación romana. No había ningún amor entre los judíos y la milicia romana. Aún así, como seguidor de Jesús, Pedro fue hospitalario y amoroso con Cornelio, recibiéndolo como a un hermano en Cristo. Pedro y sus compañeros presencian la venida del Espíritu Santo sobre Cornelio y los gentiles. En Hechos, Lucas muestra que Dios está haciendo "lo que es de Dios". En este episodio Cornelio no recurrió a Cristo porque escuchó una profunda predicación de uno de los discípulos. La conversión le llegó a él y a toda su casa gracias a la sorprendente gracia de Dios. El Espíritu Santo “cayó sobre todos los que oían la palabra”.

 

El episodio de Hechos es un buen recordatorio a medida que nos acercamos para invitar a otros a nuestra comunidad de creyentes. Planificaremos bien, diseñaremos programas educativos, tendremos sesiones de “ven y verás”, invitaremos a las personas a registrarse en la página web de nuestra parroquia. etc. Pero hoy se nos recuerda nuevamente que Dios es el corazón de todos nuestros intentos de construir nuestra comunidad. Es el plan de Dios y la gracia de Dios incluir a todos en la casa de Dios. Como dice Pedro: “En verdad veo que Dios no hace acepción de personas. Más bien, en cada nación, el que le teme y pide con rectitud le será acepto”. Pedro está empezando a ver a los demás como los ve Dios. Les da la bienvenida porque sabe que Dios ya los ha acogido. Conozco algunas personas que decidieron unirse a una parroquia porque cuando la visitaban, aunque eran de otro país, eran bienvenidos por los habituales.

 

Pedro descubre poco a poco que Dios es imparcial, ama y acoge a todos los que aceptan a Dios, sin importar su raza, lugar de origen, condición social y procedencia. La aceptación de Cornelio por parte de Pedro no pudo haber sido fácil para él, ya que toda su vida como judío se habría mantenido alejado de los gentiles, creyéndolos inaceptables ante Dios. Finalmente, a través de visiones enviadas por Dios y mensajeros angelicales, Pedro recibió la noticia. El plan de salvación de Dios estaba abierto a toda la humanidad.

 

El evangelio de hoy nos presenta una visión para la iglesia. Jesús acaba de decir a sus discípulos: “Yo soy la vid; vosotros sois las ramas” (15:1ss). Ahora describe la relación entre sus discípulos y él mismo. No es simplemente una reunión de amigos o personas con ideas afines. Tampoco es una institución con oficinas y funcionarios fijos. En cambio, por muy diferentes que sean cada uno, Jesús y sus discípulos están unidos por un amor sacrificial. Nuestro amor debe ser el mismo que él tiene por nosotros: “Este es mi mandamiento; amaos unos a otros como yo os he amado”. Tenemos nuestro tesoro y nuestra relación con Cristo y unos con otros; pero también tenemos responsabilidades. Estamos apegados a la vid verdadera y debemos compartir con los demás el amor y la vida que estamos recibiendo ahora de Cristo. El amor que Jesús nos mostró fue un amor sacrificial y también debería serlo el nuestro hacia los demás, “a tiempo y a destiempo”.

 

Pero ese amor le costó la vida a Jesús y exige mucho de nosotros. Sólo es posible porque Jesús permanece con nosotros en su Espíritu Santo. Así como él obedeció los mandamientos de su Padre, debido a su amor por Dios, los discípulos continuarán conociendo y disfrutando la presencia de Jesús por nuestra obediencia a sus mandamientos de amor unos por otros.

 

El evangelio de hoy es parte del último discurso de Jesús. Él les está hablando a sus discípulos tanto del privilegio como de las responsabilidades que tenemos. Él es la vid verdadera a la que estamos injertados. Tenemos la dicha de conocer esta amistad que nos acompañará tanto en los buenos como en los malos momentos. Llegaremos a saber que Jesús no nos dejará y continuaremos conociendo a Dios y a Jesús guardando el mandamiento de amor de Jesús. ¿De qué tipo de amor está hablando? Lo dice claramente: es un amor como el suyo, una voluntad de dar la vida por los “amigos”.

 

No necesitamos simplemente un modelo de comportamiento ideal sobre el cual moldear nuestras vidas. Necesitamos un salvador que, una vez que haya vivido y muerto por nosotros, permanezca con nosotros para guiarnos y permitirnos imitar su propio vivir y morir. Hoy, como el domingo pasado, escuchamos la importancia de “permanecer” o “permanecer” en Jesús. Este permanecer en Jesús será la forma en que podamos vivir su mandamiento de amor. Una cosa queda muy clara en este discurso; Podemos vivir la vida de Jesús porque él nos concede la gracia para hacerlo. Sin nuestra relación con él, nos quedaríamos solos y tendríamos que hacer lo mejor que podamos para seguir su vida y vivir sus mandamientos. Y la verdad es que, por nuestra cuenta, no podríamos vivir una vida así. Sin la presencia permanente y dadora de gracia de Jesús, ni nosotros, ni nuestra iglesia, podemos vivir la vida a la que él nos llama hoy: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Su amor es del tipo que da su vida por otro.

Algunas personas piensan que la Iglesia se ha ablandado desde el Vaticano II. Ahora, se quejan, lo único que oímos es hablar de amor. Preferirían las órdenes más estrictas en blanco y negro que recuerdan de su infancia. Pero no somos niños. La enseñanza sobre el amor se remonta a nuestro Fundador; no es una innovación reciente ni una tendencia de la nueva era. Jesús nos establece un mandamiento hoy, pero lo hace, dice, no como un amo hablando con sus sirvientes, sino como un amigo para otros amigos. Los sirvientes siguen reglas, sus vidas las dicta quien tiene autoridad sobre ellos. La religión de Jesús no se basa en tal modelo. Más bien, el amor es el fundamento de nuestra fe. Estamos seguros de que ya tenemos el amor de Dios, no es algo que debamos ganarnos mediante la adhesión minuciosa a un código de conducta adecuada. Jesús nos pide que vivamos la realización de ese amor. Somos sus amigos, nos dice, así que ahora salgamos y vivamos como amigos unos con otros. "Amigos", en este contexto, significa "personas amadas". Necesitamos vivir según esa descripción porque somos los amados.

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/bible/readings/050524.cfm

 


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